jueves, 29 de noviembre de 2007

Los Jovenes saben mas de Fiesta que de Toros


Tomado de Diario el Comercio, Quito-Ecuador

Mario debió llevar una carta de sus papás al colegio para que lo dejen salir a las 10:30. Para las amigas Lucía y Gracia la opción era más simple: cuando llega la Feria de Quito, las clases pasan a un segundo plano.

Ellos son tres de los cientos de menores de edad que cada día se encuentran en las corridas de toros. Es un ritual repetido cada diciembre, cuando se celebra la fundación española de la capital.

La cita es a las 11:00

La generación del celularse expresa como tal apenas los novatos aficionados al toreo llegan a la vereda frente al coso de Iñaquito: durante las siguientes tres horas, el aparato no se apagará.

Afuera, sirve para intercambiar coordenadas. Adentro se acompaña la conversación de saltos gestos, gritos: señales que sirven para que el otro los ubique sin equívoco entre 15 000 personas.

Tras la corrida, la fiesta recién comienza. Pero antes de seguir con la jarana, una pausa para comer es indispensable.De toros, en realidad, saben poco: la idea es ir a los tendidos altos y al grito de ¡Que chupe Quito!, empezar a beber por la ciudad. Del alcohol no hay que abusar, dice José Pablo. Dos botellas de vino para una jorga de ocho amigos es su provisión para la corrida.

Abajo, en el ruedo, Enrique Ponce, Julián López Escobar y Guillermo Albán se juegan la vida ante los astados de Huagrahuasi. Arriba, la mayor urgencia es que los ‘trompudos’ toquen.

De un lado a otro de la banda municipal, Juan Carlos saluda con Soledad. Que va a estar difícil pasar al otro lado, que los músicos no le dan paso. Del otro lado, recomiendan brindar un trago al supervisor del conjunto. Tras cinco minutos de intentos, Soledad decide dar la vuelta del músico o, mejor, a los músicos.

El ambiente es de alegría y coquetería. Cuatro amigas piden a un vecino de grada que las fotografíe. En el proceso, el improvisado fotógrafo gana a su favor tres números de celular, el reconocimiento de algún amigo en común, la posibilidad de un encuentro.

Porque a la plaza, templo de una ceremonia de muerte, se viene para vivir y disfrutar de la vida. A tomar sol del bueno, por ejemplo, que además da pretexto para lucir las gafas nuevecitas... y la piel bien bronceada. El bluyin con botas altas es la pinta sexy preferida, completada con camisetas tipo bividí, frescas de usar y generosas con los que quieran ver.

Lo chicos van de jean (ese uniforme de la sub 30) y usan camisa de manga larga. Se abren los botones para refrescarse y las mangas largas protegen del sol, explica Martín, que suda como un condenado y bebe la cuarta cerveza de la corrida (en el tercer toro).

Los sombreros son parte clave de la indumentaria: desde finos panamás hasta panamás runitas, pasando por los de ‘cowboy’ y, si no hay otra cosa, gorras de béisbol.

Todos los adolescentes con los que este Diario pudo hablar en la Plaza eran de colegios particulares, con nombres de filósofos, de físicos. Todos, unos más, otros menos, tenían dinero en el bolsillo (a Juan Pedro sus padres le recomendaron no quedarse sin plata para pagar un taxi de regreso a casa).

No faltan, pero tampoco son tantos, los jóvenes que van a la corrida en plan familiar. El papá de Karina, cada año compra abonos para los cuatro miembros de la familia. Este año, la chica de 16 años se descoló de su sangre y se fue con sus panas del colegio, pero no lo pasó muy bien. Es que a ella sí le gustan los toros, y con tanto relajo y festejo vio muy poco la corrida. El año que viene ya puede enojarse el novio: irá del brazo de su padre a apreciar los pases y las suertes.

Abajo, en la arena de Iñaquito, hay drama tras el cuarto toro, pues la suerte no acompaña a los matadores y se están yendo con las manos vacías. Arriba el drama es otro: se acabaron las dos de vino y no hay cómo salir para comprar más.